jueves, 30 de agosto de 2018

Pablo Iglesias: "Pizarro no fue mas que un asesino y genocida y un pais progresista no debe tener una estatua homenajeandolo"

Pizarro, el conquistador que venció a 40.000 soldados incas con 200 españoles.

El aventurero realizó varias partidas de exploración al territorio desconocido de Perú, donde se tuvo que enfrentar a todo tipo de peligros.

En los años en los que todavía no se conocían todos los recovecos del planeta eran pocos los que se atrevían a adentrarse en las desconocidas e inexploradas selvas del llamado Nuevo Mundo. Sin embargo, entre ellos se encontraba Francisco Pizarro, un español que, mediante espada y morrión, dirigió varias partidas de exploración a Perú y llegó a vencer, junto a otros 200 españoles, a un ejército de casi 40.000 incas.

Sin embargo,la figura de Francisco Pizarro ha sido duramente criticada por el lider de la formacion morada,Pablo Iglesias que ha tachado al conquistador de "asesino sanguinario y genocida",y esque para la izquierda radical todo lo español es "malo".

Pablo Iglesias asi lo afirmaba en la Complutense de Madrid ante un grupo de estudiantes : "Un estudio que la descripción lascasiana del genocidio americano no tiene un ápice de exageración. Se cometieron barbaries increíbles, crímenes incontables, asesinatos, violaciones y torturas por miles de miles, un reinado del terror para someter a la población indígena del Nuevo Continente recién descubierto. Millones de muertos, pueblos enteros pacíficos y hospitalarios fueron pasados a cuchillo en el continente, archipiélagos del Caribe devastados quedaron desiertos de seres humanos tras la invasión española, guerras desiguales en las que unos pueblos desnudos y con flechas rudimentarias se enfrentaban a hombres acorazados y armados con armas de acero y fuego; también  los asesinatos de niños y mujeres embarazadas, de las miles de personas quemadas en la hoguera o empaladas en estacas, de los castigos corporales y el trabajo excesivo, etc. Se ha investigado en los diferentes Archivos de Indias, que contienen los documentos de la conquista, para comprobar que todo lo que se cuenta es verídico, no pertenece a la fabulación del teólogo dominico, sino a los hechos históricos.Hoy se calcula que el 90% de la población americana desapareció en ese choque de civilizaciones, 70 millones de muertos. Cierto que las epidemia causaron una buena parte de la mortandad; pero también es cierto que la reducción de los pobladores originarios del continente americano a la esclavitud, mediante la práctica de la encomienda, debilitó espiritualmente y corporalmente a los aborígenes con castigos y penalidades, imponiéndoles el trabajo hasta la extenuación. También es cierto que hubo una legislación protectora de los indios, pero sin efecto ni aplicación, fue puro papel mojado para salvar la cara de la monarquía española. La conquista de un territorio tan vasto como el continente americano fue un prolongado acto terrorista en el que una jauría de lobos entro a saco en un rebaño de corderos. Y Francisco Pizarro contribuyo al exterminio del pueblo Inca."


Con estas palabras el lider de Podemos se referia a Francisco Pizarro,pero a nuestro criterio,la historia es muy distinta. Para conocer un poco mas la figura de Pizarro,antes de nada debemos adentrarnos en su biografia,saber quien fue antes de tacharle de asesino y genocida: 

Pizarro fue hijo bastardo, criador de cerdos y sin cultura. Nació en Trujillo (Cáceres)Aunque a día de hoy todavía no se conoce la fecha exacta en la que nació Francisco Pizarro, se ha establecido la posibilidad de que fuera entre 1476 y 1478. Sin embargo, lo que sí se sabe a ciencia cierta es que el lugar en el que su madre dio a luz fue el pueblo de Trujillo, en el corazón de Extremadura. A su vez, existe consenso en relación a sus progenitores. Concretamente, fue hijo bastardo de don Gonzalo Pizarro (héroe de guerra que luchó a las órdenes de Gonzalo Fernández de Córdoba, el «Gran Capitán») y Francisca González.

Desde pequeño, Francisco nunca se destacó por su interés en la cultura, algo que sin duda ayudó a su padre a tomar la decisión de obligarle a cuidar cerdos. Sin embargo, y según cuenta la leyenda, a los pocos años los animales a su cuidado contrajeron una grave enfermedad y Francisco, por temor a ser culpado de ello, huyó a Sevilla con tan sólo 15 años. Desde allí iniciaría su vida militar, pues decidió embarcarse rumbo a Italia para luchar en los Tercios.

Pizarro comenzaría su andanza por las tierras del Nuevo Mundo con 24 años. Al parecer, viajó a América, como muchos, seducido por las aventuras y la posibilidad de ganar dinero. Tras su llegada participó como soldado en varias expediciones sabiendo de antemano que, debido a que era un hijo bastardo y carecía de cultura, le sería muy difícil ascender.

Eran años difíciles en los que los españoles trataban, a costa de multitud de vidas, de asentarse en el territorio luchando contra los naturales del lugar: los indígenas. «Los indios eran exóticos. Andaban desnudos, dormían en casuchas de madera y dormían en hamacas. Eran lampiños, de menor estatura que los españoles, pero bien proporcionados (…) En cuanto a las mujeres, iban descubiertas de medio cuerpo hacia arriba (…) Las vírgenes dejaban ver su cuerpo enteramente desnudo», determina el escritor y graduado en Derecho Roberto Barletta Villarán en su libro .

Su primer mando militar sucedió pues parecía inmune a las plagasTras rudos combates en los que los españoles perdieron multitud de hombres, todo terminó de complicarse cuando Ojeda recibió un disparo en su pierna y tuvo que ser evacuado en un buque. En ese momento fue cuando Pizarro, un militar anónimo para todos hasta el momento, recibió, casi por obligación, su primer mando a los 32 años de edad.

«Al despedirse de sus hombres, Alonso de Ojeda (…) dejó a cargo al soldado barbudo (…). Su nombre lo conocía bien. A sus dotes por él conocidas se sumaba que era uno de sus mejores soldados y que (…) parecía inmune a las plagas que asolaban a su hueste. No dudó en dejarlo al mando ascendiéndolo a capitán y nombrándolo jefe de la expedición en su ausencia»

Antes de partir, Ojeda ordenó a Pizarro resistir durante 50 días en el fuerte con los escasos soldados de los que disponía. A su vez, determinó que, si pasado ese período no recibía refuerzos, tenía potestad para huir junto a sus hombres en dos bergantines que dejaba a su disposición. El español no lo dudó y se aprestó a defender el lugar durante ese largo tiempo.

Como era de esperar, los casi dos meses siguientes fueron un calvario pues, a los combates con los indios, se sumó la escasez de alimentos. Tal fue la desesperación de los soldados que se vieron obligados a matar y comerse a sus caballos, algo inimaginable en aquella época. Para colmo, según pasaba los días, la posibilidad de recibir refuerzos se reducía.

Finalmente, una vez que pasaron los 50 días y nadie había acudido en su ayuda, Pizarro decidió que era hora de partir. Sin embargo, se le planteó una nueva dificultad: los dos buques amarrados no tenían capacidad para transportar a los 70 soldados que habían sobrevivido. Por ello, se vio obligado a tomar una difícil decisión.
«Pizarro optó entonces por esperar a que el hambre, la enfermedad y los indios redujeran a sus efectivos. Cuando sucedió, los soldados destruyeron el fortín y se amontonaron en los dos bergantines. Hacía seis largos meses que habían llegado a San Sebastián»
En 1522 Pizarro decidió que era hora de partir hacia tierras inexploradasSin embargo, parece que Panamá terminó haciéndosele pequeña, pues en 1522 Pizarro decidió que era hora de partir hacia tierras inexploradas. Por ello, a la edad de 32 años decidió asociarse con otros dos buscadores de aventuras y poner rumbo hacia Perú, lugar sobre el que circulaban todo tipo de historias relacionadas con riquezas que esperaban ser capturadas por el primer conquistador que las encontrara.

Este viaje  fue planeado a penas dos años más tarde. «La expedición dejó el puerto de Panamá el 20 de enero de 1531. Llevaba más de 180 hombres y una buena treintena de caballos. (…) Conociendo la importancia militar que tenían entonces estos animales en los combates contra los indios, es una prueba manifiesta de que esta vez el objetivo  era explorar Perú, y no conquistarlo militarmente».
Los conquistadores españoles desconocían las intenciones del líder inca Atahualp a En poco tiempo, el contingente español recorrió hacia el sur un amplio trecho de la costa oeste de América del sur sin encontrar ni una mera onza de oro. A esto se unió el hecho de que, cuando la desesperación empezaba a cundir entre los soldados -ávidos de riquezas-, llegaron informes de que Atahualpa se había puesto al mando de un contingente formado por miles de incas en el norte. Aunque es cierto que los conquistadores desconocían la actitud del líder suramericano hacia ellos, no podían correr el riesgo de que ese inmenso ejército se hubiera constituido para darles caza.
Hoy todavía se desconoce por qué se tomó la decisión, pero ya fuera por soberbia, por descubrir las verdaderas intenciones de Atahualpa, o por buscar suerte en el norte, Pizarro decidió que partiría con sus soldados al encuentro del inca.
De nuevo, y haciendo uso de su oratoria, dio un discurso a los soldados en el que, según los cronistas, señaló que, en el caso de que los incas fueran hostiles, confiaba en que sus soldados estarían a la altura de las circunstancias. «Habría dejado saber a sus hombres que debían estar listos para cualquier eventualidad. Poco importaba su pequeño número frente a la “multitud de gentes” que rodeaban al inca. Pizarro esperaba que todos dieran “muestras de coraje como tenían costumbre como buenos españoles que eran”»
La suerte estaba echada. El contingente español formó decidido a avanzar hacia la ciudad de Cajamarca (ubicada en la sierra norte de Perú), al encuentro del poderoso líder inca. Desconocían si este combatiría o no, pero estaban decididos a hacer frente a cualquier eventualidad y confiaban en sus cañones, en sus fieles arcabuces -cuyo estruendo acongojaba a los indios-.y en sus caballos -animales que los nativos creían infernales y ante los que huían aterrados.
Durante el largo camino, sin embargo, todo tipo de emisarios de Atahualpa acudieron al encuentro del pequeño ejército de Pizarro, ofreciéndoles multitud de regalos e informándoles de que su jefe pretendía reunirse con ellos en Cajamarca. No obstante, esto no relajó a los oficiales españoles, cuya vista se iba a la empuñadura de la espada con cada paso que daban. Tal era el recelo, que algunos oficiales de la columna aconsejaron al español no comer ni beber nada enviado por el rey enemigo.
El 15 de noviembre de 1532, la columna vio por fin la entrada de Cajamarca, una bella ciudad pétrea a 2.700 metros de altura. «Los españoles se quedaron mudos por el gran espanto que sintieron al ver la extensión del campamento enemigo. En él habría unas 50.000 personas, más de la mitad guerreros»
En un intento de ganar confianza y desconcertar a los posibles asaltantes que esperaran escondidos en la ciudad, Pizarro ordenó que sus jinetes entraran con un estruendoso galope en Cajamarca. En cambio, no hizo falta usar el terror que insuflaban las monturas españolas en los indios, pues esa parte de la ciudad estaba desierta. Aprovechando esa pequeña ventaja, los militares españoles decidieron entonces asentarse en la plaza central del lugar, la cual podría hacer las veces de fortaleza al contar sólo con dos entradas entre los edificios.
Cajamarca era una bella ciudad pétrea de unas 50.000 personasCuriosamente, pronto llegó al encuentro de Pizarro un emisario inca para informar a los españoles de que su jefe, Atahualpa, se encontraba acuartelado junto a sus hombres en un complejo cercano. No había más que hablar: Pizarro encomendó a su hermano dirigirse al lugar y entrevistarse con el líder suramericano.
Tras seleccionar a una pequeñísima escolta, Hernando se presentó ante Atahualpa. Este, según Lavallé, era un hombre fuerte, atractivo y de unos treinta años. Altivo, el líder Inca no se dirigió en ningún momento de forma directa al representante español, sino que hizo que sus palabras pasaran primero por un noble. Por su parte, los españoles no descabalgaron de la montura en toda la entrevista ante el miedo de ser atacados.
Tras beber un licor local -no sin recelo por parte de los españoles, que seguían manteniendo la idea de que los presentes que se les otorgaban podían estar envenenados- Hernando pidió al líder Inca, como estaba previsto, acudir a cenar al improvisado cuartel español. Tras unos segundos, Atahualpa decidió no decepcionar a los visitantes y, aunque explicó que aquel día ya era tarde, acudiría en la jornada siguiente a comer. El plan estaba en marcha. Rápidamente, los jinetes volvieron a contar las novedades a su jefe para iniciar los preparativos para la captura.
Sin embargo, Atahualpa tenía su propia estrategia. «Su plan era simple: él iría ante los españoles aparentemente sin mala intención, pero muy decidido a tomarles por sorpresa, a matarlos junto a sus monturas, y a reducir a la esclavitud a quienes se salvaran. Para esta emboscada, ordenó a sus soldados cubrir sus ropajes hechos de hojas de palma con amplios vestidos de lana»
Al día siguiente los españoles prepararon su emboscada. Concretamente, Pizarro estableció que el rapto de Atahualpa se llevaría a cabo en el centro de la plaza. A su vez, ordenó a todos sus jinetes mantenerse inmóviles hasta que él diera la orden de ataque. Todos se encomendaron a Dios, pues sabían que su única forma de sobrevivir en aquella ciudad era capturar al inca, de lo contrario, serían aplastados por el inmenso ejército enemigo.
Atahualpa llegó al campamento casi al anochecer, después de múltiple insistencias. Junto a él, traía a un inmenso séquito y una ingente cantidad de riquezas que avivaban todavía más las ilusiones españolas. En cambio, también se destacaban en sus filas miles y miles de combatientes ansiosos de acabar con los españoles conquistadores.
Todavía en aparente paz, el sacerdote de la compañía fue el primero en dirigirse, con su debido traductor, a Atahulpa. Como estaba planeado, el religioso se acercó al rey inca para pedirle que se convirtiera al cristianismo y aceptara la palabra de Dios. De hecho, y como símbolo de sus palabras, le entregó una Biblia al poderoso líder, el cual se encontraba sentado en un trono transportado por varios porteadores.
A Atahualpa, que nunca vio un libro antes, se le ofreció una Biblia y la arrojó al sueloAtahualpa, que jamás había visto un libro, no consiguió ni tan siquiera abrirlo. De hecho, al poco de tratar de averiguar como funcionaba aquel extraño artilugio, lo lanzó contra el suelo con odio para después acusar a los españoles de haber robado y saqueado sus ciudades. Al parecer, esto fue demasiado para el clérigo, que clamó venganza.
La paciencia cristiana se agotó. Pizarro, armado con su espada, se abalanzó entonces sobre Atahualpa con un pequeño séquito para, a continuación, dar la señal de ataque. En ese momento, los casi cincuenta jinetes españoles se lanzaron sobre los soldados enemigos y la multitud que, al tratar de huir, provocó una avalancha humana increíble en la que fallecieron cientos y cientos de incas.
Por su parte, mientras los cañones y los arcabuces daban buena cuenta de las tropas enemigas, Pizarro se abalanzó sobre el trono de Atahualpa acompañado por una veintena de soldados. Casi en trance, la escasa tropa atravesó y despedazó con sus espadas a la guardia personal del inca, que, finalmente, fue capturado.
Media hora después la plaza era un caos. La mayoría de las tropas enemigas habían huido de la ciudad con pavor. Por otro lado, casi tres mil cuerpos, una inmensa parte de los soldados de Atahualpa, salpicaban el suelo. Había sido una victoria y había sido perpetrada por tan sólo dos centenares de españoles que habían puesto en fuga a un ejército de unos 40.000 hombres.
El plan había tenido un final impecable. Tras la captura, Pizarro encarceló en una habitación a Atahulpa, quién, en un intento de ser liberado, prometió a los españoles llenar esa misma estancia de oro y otras dos similares de plata si le dejaban libre. Pizarro aceptó sin dilación y, así, comenzaron a llegar a la ciudad toneladas y toneladas de riquezas para los conquistadores.
Tras varios meses, los españoles lograron conseguir un botín cercano a 1.200.000 pesos, una ingente cantidad que nunca antes había sido obtenida en ninguno de los viajes de Pizarro. Los soldados no cabían en sí de gozo durante el reparto, pues al fin habían obtenido lo que llevaban años buscando.
En cambio, Pizarro se retractó en su promesa y decidió acabar con la vida de Atahualpa tras recibir falsas e interesadas opiniones de sus allegados. Finalmente, el 26 de julio de 1533, los oficiales españoles se reunieron y decidieron el ajusticiamiento del rey por, entre otras cosas, sus traiciones sobre los cristianos.
Esa misma tarde, las tropas españolas se reunieron en la plaza de la ciudad para poner fin a la vida del mandatario. «El inca fue amarrado a un tronco de árbol y se colocaron a sus pies haces de leña, pues se había tomado la decisión de quemarlo vivo por idólatra»
Atahualpa antes de su muerte recibió el bautismo .En cambio, los sucesos dieron un giro después de que el clérigo español instara a Atahualpa a recibir los santos sacramentos antes de morir para, así, no fallecer en pecado. «Atahualpa habría preguntado adónde iban los cristianos después de su muerte. Frente a la respuesta de que eran enterrados en una iglesia, el inca habría declarado entonces su voluntad de ser cristiano. Añade en el texto Lavallé. Por ello, finalmente fue bautizado y, en lugar de ser quemado vivo, fue ahorcado y enterrado cristianamente.
Fue enterrado con todos los honores.





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